“El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón”
(Salmos 40:8).
Mi hija Emily de ocho años quería una pareja de Diamantes Mandarines. (No, no son piedras preciosas, solo es una especie de pajaritos naturales de Australia que por susociabilidad, son excelentes mascotas). Reconvine con ella, dialogué y negocié los términos en cuyo caso podrían quedarse las avecillas en nuestro hogar. El trato era simple: yo compraba los pajaritos y la jaula y ella entonces se ocuparía del agua y la alimentación. Cerramos el acuerdo complacidos de las cláusulas fijadas y nos fuimos a latienda de mascotas, con la alegría de dos comerciantes que han hecho el negocio de su vida.
El primer día todo fue felicidad. El canto del macho es armonioso y los movimientos de ambos son dinámicos y agraciados. Emily les puso su agua y su comida con la habilidad de un barman de alto standing. El segundo día lo mismo y podría decirse que el tercero también. Sin embargo, el cuarto día noté que les faltaba el agua limpia y la comida renovada. A mis reclamos solo tuve por respuesta una vocecita vacilante e inocente que me decía que lo había olvidado. Desde ese día mi hija, al parecer, no ha recuperado la memoria, porque no ha recordado nunca más lo relacionado con el agua y la comida de sus aves de compañía. Los Diamantes Mandarines están a mi cargo de momento (no queremos que mueran por inanición). Yo también fui niño, yo también recibí dádivas por las cuales no me responsabilicé. Yo también dije sí a ciertos regalos, cuando en el fondo no estaba dispuesto a responsabilizarme con ellos.
Deliciosas historias familiares como estas me hacen consiente de verdades espirituales imperecederas. Dios otorga dones, lo hace con el amor que solo un padre puede, pero espera que nos responsabilicemos con aquello que él nos da. Mire a Esaú desestimando la primogenitura. Observe a Saúl actuando inconsecuentemente a su posición. Vuelva la cara y vea a Balaam vendiendo su ministerio. Historias de hombres a quienes se les concedieron generosas dádivas y fracasaron en cuidar de ellas. Actuaron como niños, desestimaron el regalo de Dios.
Cosas como estas suceden a menudo. Dios, sin embargo, no querría que ocurrieran. Él no quiere que le demos un sí a medias, vacilante. No quiere un sí circunstancial, que dependa de emociones o condiciones de vida. Jesús fue claro cuando enseñó: “Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede” (Mateo 5:37). “Heme aquí”, se suele decir repitiendo las palabras de Isaías, pero cuando viene el obstáculo y toca ser responsable y disciplinado, se completa la frase diciendo: “envíalo a él”. No debe haber tal dualidad, debemos vivir con abnegado compromiso cristiano, fijando la mirada en hacer la voluntad de Dios.
No somos llamados a dar un sí tímido, retraído. Ni se espera de nosotros que dejemos la tarea a medias. No podemos permitirnos descuidar todo aquello que hemos recibido, ni desalentarnos en el proceso de llegar al final de lo divinamente previsto para nosotros. Hagamos acopio de intrepidez cristiana: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).Mantengamos nuestro sí, aun cuando el averno entero nos quiera forzar a capitular en nuestra decisión.
No somos niños, y no estamos hablando ahora de mascotas, esta es la gran obra de Dios. Solo creyentes audaces pueden hacer denodadamente y sin fluctuar, las tareas del ministerio. Dios nos ha dado dones preciosos, dones por los que daremos cuenta un día ya muy cercano. Que cuando ese momento llegué podamos mostrarle al Señor cómo cuidamos sus dádivas y aún más, cómo las invertimos en beneficio del mundo perdido y de su iglesia. Te decimos sí, Señor, no hay vuelta atrás. Amén.
Autor: Osmany Cruz Ferrer
“El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón”
(Salmos 40:8).
Mi hija Emily de ocho años quería una pareja de Diamantes Mandarines. (No, no son piedras preciosas, solo es una especie de pajaritos naturales de Australia que por susociabilidad, son excelentes mascotas). Reconvine con ella, dialogué y negocié los términos en cuyo caso podrían quedarse las avecillas en nuestro hogar. El trato era simple: yo compraba los pajaritos y la jaula y ella entonces se ocuparía del agua y la alimentación. Cerramos el acuerdo complacidos de las cláusulas fijadas y nos fuimos a latienda de mascotas, con la alegría de dos comerciantes que han hecho el negocio de su vida.
El primer día todo fue felicidad. El canto del macho es armonioso y los movimientos de ambos son dinámicos y agraciados. Emily les puso su agua y su comida con la habilidad de un barman de alto standing. El segundo día lo mismo y podría decirse que el tercero también. Sin embargo, el cuarto día noté que les faltaba el agua limpia y la comida renovada. A mis reclamos solo tuve por respuesta una vocecita vacilante e inocente que me decía que lo había olvidado. Desde ese día mi hija, al parecer, no ha recuperado la memoria, porque no ha recordado nunca más lo relacionado con el agua y la comida de sus aves de compañía. Los Diamantes Mandarines están a mi cargo de momento (no queremos que mueran por inanición). Yo también fui niño, yo también recibí dádivas por las cuales no me responsabilicé. Yo también dije sí a ciertos regalos, cuando en el fondo no estaba dispuesto a responsabilizarme con ellos.
Deliciosas historias familiares como estas me hacen consiente de verdades espirituales imperecederas. Dios otorga dones, lo hace con el amor que solo un padre puede, pero espera que nos responsabilicemos con aquello que él nos da. Mire a Esaú desestimando la primogenitura. Observe a Saúl actuando inconsecuentemente a su posición. Vuelva la cara y vea a Balaam vendiendo su ministerio. Historias de hombres a quienes se les concedieron generosas dádivas y fracasaron en cuidar de ellas. Actuaron como niños, desestimaron el regalo de Dios.
Cosas como estas suceden a menudo. Dios, sin embargo, no querría que ocurrieran. Él no quiere que le demos un sí a medias, vacilante. No quiere un sí circunstancial, que dependa de emociones o condiciones de vida. Jesús fue claro cuando enseñó: “Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede” (Mateo 5:37). “Heme aquí”, se suele decir repitiendo las palabras de Isaías, pero cuando viene el obstáculo y toca ser responsable y disciplinado, se completa la frase diciendo: “envíalo a él”. No debe haber tal dualidad, debemos vivir con abnegado compromiso cristiano, fijando la mirada en hacer la voluntad de Dios.
No somos llamados a dar un sí tímido, retraído. Ni se espera de nosotros que dejemos la tarea a medias. No podemos permitirnos descuidar todo aquello que hemos recibido, ni desalentarnos en el proceso de llegar al final de lo divinamente previsto para nosotros. Hagamos acopio de intrepidez cristiana: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).Mantengamos nuestro sí, aun cuando el averno entero nos quiera forzar a capitular en nuestra decisión.
No somos niños, y no estamos hablando ahora de mascotas, esta es la gran obra de Dios. Solo creyentes audaces pueden hacer denodadamente y sin fluctuar, las tareas del ministerio. Dios nos ha dado dones preciosos, dones por los que daremos cuenta un día ya muy cercano. Que cuando ese momento llegué podamos mostrarle al Señor cómo cuidamos sus dádivas y aún más, cómo las invertimos en beneficio del mundo perdido y de su iglesia. Te decimos sí, Señor, no hay vuelta atrás. Amén.
Autor: Osmany Cruz Ferrer